Somos humanos. Podemos equivocarnos. Podemos quedarnos sin argumentos. Podemos quedarnos en blanco. Podemos cambiar de opinión.
Un miedo recurrente de mis estudiantes es el de quedarse sin palabras y no saber qué hacer. Lógico. Todos lo tenemos siempre. Y es bueno tener ese miedo y otros cuantos más: a no convencer, a parecer demasiado banal, a no tener nada que ofrecer, a no ser capaz de decir exactamente lo que se está pensando...
Lo primero de todo, conviene tener en cuenta que, salvo en casos muy extremos, el auditorio se da cuenta de un vacío mental cuando uno se lo transmite al auditorio. No es un fácil retruécano. Es un hecho.
- "¡Ay! ¡Ya me he perdido!"
- "Es que no recuerdo lo que venía ahora"
- "No, si ya sabía yo que no me iba a acordar"
¿Y qué? Si el vacío llega, siempre podemos hacer varias cosas:
- Tomarnos una pausa, mirar a la gente sin miedo, observar en sus rostros lo que están pensando de nosotros, dirigir nuestra mirada a esa personal que desde el principio está haciéndonos señas de aprobación (siempre hay alguien, sólo hay que estar atento).
- Darnos un descanso ordenando pausadamente y poco rato las cosas que tenemos frente a nosotros.
- Beber un trago de agua.
- Confesar: "la verdad, me he quedado sin palabras".
Tenemos que intentar no quedarnos en blanco pero, si ocurre, no nos dejemos llevar por el pánico. Convirtamos nuestro fallo en un elemento que nos permita conectar con el auditorio.
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