martes, 6 de diciembre de 2005

¿Sirve de algo la oratoria parlamentaria? (I)

Cuando leemos u oímos el relato de una sesión en parlamentaria, terminamos con la desagradable impresión de haber recibido los ecos de un diálogo de sordos. Cada parte tiene sus propias razones y las expone sin intención de convencer ni de ser convencida por la otra. Esto no es Retórica, ni diálogo, ni democracia, si a eso vamos.


La Retórica parte de la base de que los conflictos se solucionan mediante el diálogo y la búsqueda del acuerdo. Según esto, cuando aceptamos entrar en el juego retórico, aceptamos poner en juego nuestros propios puntos de vista, de modo y manera que, al ofrecernos a negociar, consideramos la posibilidad de tener que cambiar de postura o de que otro cambie la suya.


El diálogo es la base de la convivencia, y la Retórica es la herramienta que facilita el uso del diálogo. El problema es que partamos de la base de que la palabra es, más que una herramienta de comunicación, un instrumento de dominio. Desde ese mismo momento, la palabra deja de ser el marco de la convivencia y se convierte en el arma de la agresión no física.


Es lo que vemos en el debate político. Nadie habla para dialogar, sino para agredir al otro. No hay una manifiesta voluntad de acuerdo, sino una retorcida intención de demostrar la falta de validez, no ya de los argumentos del otro, sino del otro mismo.


Si analizamos la cuestión desde la perspectiva retórica, veremos que, en realidad, los debates no tienen como receptor de cada discurso a la otra parte, sino a los ciudadanos que, al otro lado de la radio, la televisión, el periódico o la Internet, están recibiendo doctrina que los reafirma en sus ideas, no elementos que les ayuden a hacerse una idea con independencia de la doctrina.


No hay debates parlamentarios propiamente dichos (género deliberativo), sino una simple tribuna para generar espíritu de grupo y de exclusión de ese grupo (género demostrativo). Lo malo es que, cuando la política olvida el género deliberativo y se cree que todo se reduce al demostrativo, la propia política se vuelve espectáculo de encomio y vituperio, y no un ámbito de resolución de los problemas.


¿Alguna vez podremos ver a nuestros responsables actuar con responsabilidad o tendremos que seguir soportando la irresponsabilidad política de los irresponsables?


Seguiremos dándole vueltas a esto.

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